Los que trabajamos en la industria de la electromovilidad convivimos con una duda persistente, prácticamente un mantra sectorial, que nos asalta a cada inicio de año: ¿será este el año del eléctrico?
La pregunta no se refiere a si crecerá el mercado del vehículo eléctrico -hace años que aumenta a un ritmo del 30% a nivel mundial-, ni a si las administraciones públicas empezarán a facilitar la adquisición de vehículos y cargadores -hace ya tiempo que esto ocurre en regiones como Europa, China y Estados Unidos-, ni a si la opinión pública lo verá como una opción viable respecto a su alternativa de combustión -el mundo del motor lleva mucho integrando los modelos eléctricos-.
La verdadera pregunta es si este año 2023 (o a más tardar el 2024) empezará la democratización del uso del eléctrico; la competencia, hombro con hombro, con el coche de combustible. Y diversos indicadores sugieren que es más claro que nunca que esta vez sí, de verdad, ha llegado la hora.
La tendencia se deja ver por todo el mundo. En Canadá, por ejemplo, se inició a finales de año una regulación que impedirá que vehículos únicamente impulsados por combustibles fósiles puedan venderse en el país a partir de 2035, y promoverá una cuota de mercado de vehículos eléctricos de al menos el 20% ya en 2026.
Alemania, por su parte, traspasó este pasado año la barrera de 1 millón de eléctricos puros vendidos, y planea que alrededor de 10 millones de ellos circulen por sus carreteras en 2030, mientras que sólo en el estado de California (USA) se esperan 5 millones para el mismo año.
Países como Francia y España, además, están alargando las facilidades fiscales y ayudas para adquirir un vehículo eléctrico, así como para instalar infraestructura de recarga, y en el país ibérico incluso se ha obligado por ley a la implantación de puntos de recarga en aparcamientos de edificios -tanto residenciales como no residenciales- y en estaciones de servicio; una medida que, sumada a la generalización de las zonas de bajas emisiones en las principales ciudades, acorrala aún más al vehículo de gasolina mientras abre las puertas al eléctrico.
De forma aparentemente contradictoria, países nórdicos como Noruega han empezado a recortar las ayudas a su adquisición, pero esto son aún mejores noticias: la apuesta por el eléctrico ha funcionado tan bien que su uso es ya generalizado, y ahora se apuesta por derivar las ayudas para fomentar el transporte público. Incluso países con serios problemas como Ucrania, azotada por la guerra con Rusia desde hace alrededor de un año, están apostando a pesar de todo por electrificar sus flotas de transporte medio y pesado.
Los indicadores se multiplican aún más cuando ampliamos la escala, a la gran batalla por la hegemonía de la electromovilidad que se prevé feroz entre los principales actores mundiales: China, Estados Unidos y Europa. Estas tres potencias llevan años trabajando en adoptar medidas de fomento de movilidad sostenible, y esto está teniendo sus repercusiones.
En el caso del gigante asiático el parque automovilístico eléctrico ronda ya los 5,5 millones de vehículos, y se prevé que para 2027 pueda asegurarse el 20% de la cuota de mercado global, incluso convirtiéndose en dominante en algunos ámbitos.
Estados Unidos, por su parte, este 2022 ha aprobado importantes paquetes de medidas con cientos de miles de millones de dólares destinados a la transformación del transporte y la industria para su descarbonización (en gran parte a través de soluciones de electromovilidad), como la famosa Inflation Reduction Act y la CHIPS Act, que además promoverán puestos de trabajo bien remunerados.
Por otro lado, la Unión Europea ha apretado el acelerador con regulaciones tan ambiciosas como el paquete de medidas legislativas Fit for 55, centrado en la reducción drástica de la generación de gases de efecto invernadero mediante la apuesta por la movilidad alternativa y que, entre otras medidas, prohíbe (al igual que Canadá) las matriculaciones de vehículos de combustión a partir de 2035, además de obligar a implantar puntos de recarga cada 60 kms.
De hecho, la implantación del eléctrico está superando los límites de las administraciones públicas para establecerse como una prioridad también para actores relevantes del sector privado. Un ejemplo muy remarcable, más allá de las pequeñas empresas y flotas, lo tenemos en Coca Cola, que mediante su firma logística para Bélgica, Holanda y Luxemburgo (CCEP), habrá electrificado por completo su flota de reparto en Holanda para 2026.
No obstante, la apuesta más clara se da entre los propios fabricantes de vehículos: Hyundai avisaba hace unas semanas que el 1 de enero dejaría de vender automóviles no electrificados en Noruega, mientras que Audi ofrece también desde el día 1 una plataforma de gestión de recarga unificada para sus usuarios en hasta 27 países de Europa.
Y quizá el signo de cambio más relevante se percibe en que las compañías de vehículos eléctricos ya ejercen una feroz competencia a los fabricantes tradicionales: según los primeros resultados del año, compañías como Rivian y Lucid Motors ya superan los 1.000 millones de dólares de valor en bolsa, y Tesla, el fabricante de vehículos eléctricos más valorado dfel mundo, superaba el billón de dólares la pasada primavera de 2022, compitiendo codo a codo con los grandes nombres de la industria automovilística global como Ford o Chevrolet.
En general, la movilidad eléctrica sigue, año tras año, llegando a cotas nunca alcanzadas.
De hecho, cada vez son más los conductores que, teniendo un vehículo de combustión y uno eléctrico prefieren usar este último; puede que no sólo por su falta de emisiones sino también por su precio cada vez más reducido y su mejor rendimiento, y quizás por eso antes de empezar el año ya se habían anunciado lanzamientos de más de 40 modelos distintos de vehículo eléctrico en todo el mundo sólo para 2023, muchos de ellos de las gamas más asequibles.
Sin embargo, hay quien ve en la crisis energética un hándicap para la apuesta por la electromovilidad. Es cierto que este escenario ha hecho aumentar mucho el precio de la energía y, de hecho, en las últimas semanas han sido distintos los medios que destacan que países como Suiza, Francia y Reino Unido se plantean limitar el uso de vehículos eléctricos en momentos de escasez energética.
Sin embargo, al analizar esas medidas es fácil ver que se trata de acciones temporales para adaptarse a una coyuntura energética, y en modo alguno prometen ser cambios estructurales.
Por otro lado, tecnologías como la gestión dinámica de la recarga, o las soluciones de recarga inteligente (smart charging) en general, pueden y deberán resolver este tipo de coyuntura para aprovechar el máximo de potencia con el mínimo consumo, sea distribuyendo la energía demandada entre vehículos, adaptándola a los horarios de mayor disponibilidad o reduciéndola a la cantidad imprescindible.
Pero ni la ampliación de medidas de fomento de la electromovilidad en los distintos países, ni las mejoras legislativas en Europa o Estados Unidos, ni la apuesta desde las empresas, y ni siquiera la adaptación tecnológica a esta y otras crisis energéticas tienen, en mi opinión, el mayor peso en esta cuestión.
El verdadero poder reside en el cambio estructural y de mentalidad resultante de toda esta rápida evolución del sector.
La apuesta por la sostenibilidad y la electromovilidad ha coincidido con una reacción en cadena en el mundo tecnológico que ha ayudado a poner en valor aspectos fundamentales para la movilidad eléctrica, entre los que se destacan 4: por un lado, la apuesta de cada país por el control sobre la cadena de suministro de materias primas para baterías y componentes -como el litio, el níquel y el cobre-; por otro, la mejora drástica de la tecnología de eficiencia de las baterías al pasar de las CTM (cell to module) a CTP (cell to pack); en tercer lugar, el reconocimiento de la gestión de la potencia, de la mejora de la experiencia de usuario y de la optimización de costes como puntos clave para las infraestructuras de recarga, y, por último, la expansión de la red de recarga para una mayor accesibilidad para los conductores.
Todos ellos son factores que a priori no tienen una relación directa con la venta, pero sí allanan el camino para que la electromovilidad acelere y levante por fin el vuelo hasta equipararse (o incluso superar) a los vehículos de combustión.
Nadie tiene la bola de cristal que permita saber exactamente si, el próximo 31 de diciembre, podremos asegurar que ha sido este ya el año del eléctrico. Pero la acumulación de evidencias hace pensar en un futuro cada vez más eficiente y más impulsado por vatios (W) que por julios (J). Si no queremos perder la oportunidad, habrá que enchufarse al cambio.