Cuando, en 2022, terminen de entrar los 1.485 buses eléctricos para el Sistema Integrado de Transporte (SITP), la ciudad dejará de emitir, cada año, 155.000 toneladas de dióxido de carbono (CO2) y 30 toneladas de material particulado PM10 y PM2.5. Y es, precisamente, el material particulado el que mata: antes de la pandemia se calculaba que en un año morían cerca de 2.000 personas por enfermedades respiratorias asociadas a la exposición a este tipo de contaminantes.
Para expertos como Juan Pablo Orjuela, investigador asociado de la unidad de estudios en transporte de Oxford y miembro de la mesa técnica ciudadana de calidad del aire de Bogotá, los efectos se verían en dos tiempos. Unos más rápidos que otros.
“Lo de la flota eléctrica es un cambio enorme, no solo en términos de buses, sino por ser la apuesta por la movilidad eléctrica más ambiciosas del país y una de las ambiciosas de América Latina”, dice Orjuela, y detalla: “Los resultados (en el ambiente) se podrán ver entre una y dos semanas (después). Esto no es como el cambio climático, que se demora 100 años en cambiar, sino que en el momento en que salen de circulación los viejos buses… en un par de semanas ya debería estarse viendo la diferencia”.
Pero, advierte que los beneficios en términos de salud crónica tardarían en manifestarse. “Los impactos en la salud son crónicos, una acumulación de años y años de exposición. Aunque lo veamos cambiar en la calidad del aire, se puede llegar a demorar unos años para ver los impactos reales en salud”.
Sin embargo, él y Ricardo Morales, director del Centro de Investigaciones en Ingeniería Ambiental de la Universidad de los Andes y una de las personas que más ha investigado el tema de calidad del aire, coinciden en que sí habrá un grupo de beneficiarios en el corto y mediano plazo: los pasajeros, los conductores y los ‘vecinos’ de las rutas del SITP.
“El hecho de cambiar por buses cero emisiones va a ser muy positivo para las personas que están en la vecindad de la ruta de estos buses. Los paraderos van a estar mucho más descontaminados: los andenes, ciclorrutas y el interior de las cabinas van ser más limpios. Ese es el cambio que más rápido se va a dimensionar”, dice Morales.
“La tecnología eléctrica contribuye en la mitigación del cambio climático y en la mejora de la calidad del aire, al no producir emisiones en el tubo de escape de compuestos como el dióxido de carbono (CO2), el material particulado (PM10 y PM2.5), óxidos de nitrógeno (NOx) y de azufre (SOx), entre otros”, le dijo TransMilenio al diario local El Tiempo.
“La diferencia entre montarse a un bus eléctrico versus en un bus provisional es total”, resalta Orjuela.
Y destaca que ese cambio significará menos exposición directa de los pasajeros, y más aún de los conductores, a emisiones contaminantes.
La buena noticia es que el cambio ya empezó: en este momento Bogotá tiene 259 buses eléctricos rodando por la ciudad. Y, al final de 2021, según el cronograma de TransMilenio, tendrá 1.061, es decir, el 70 % de la flota. En 2022 entrarán otros 424 para, así, completar la meta de 1.485 buses ya adquiridos. “De estos vehículos, 1.472 son fabricados por BYD y 13 por la marca Yutong”, detalló TransMilenio.